"Penélope” de Joan Manuel Serrat es una de las canciones más tristes que existen, y representa de cierta forma a una gran parte de México.
La historia original por supuesto es la de la esposa de Ulises, que durante su larga ausencia lo espera pacientemente.
Al regresar, no lo reconoce al instante pero tras una prueba, lo hace y “viven siempre felices.”
Serrat abandona ese final y muestra un destino mucho más real y cruel. Primero nos muestra a Penélope, cada domingo, fiel como la de Ulises:
Con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón
y su vestido de domingo...
Se sienta en un banco en el andén y espera a que llegue el primer tren
Meneando el abanico.
Hace años, nos dice Serrat, “un caminante paró su reloj infantil”, prometiéndole que volvería antes que de los sauces cayesen las hojas.
Pero nunca regresó, nunca cumplió esa promesa que la hizo llegar a ese supremo suplicio del espíritu: la eterna espera, la esperanza fútil.
No sabemos los motivos del caminante: Serrat no nos dice si fue por olvido, perversidad o algún obstáculo infranqueable. Pero el resultado es el mismo: Penélope pierde la razón, pierde sus oportunidades, “deja marchitar en su huerto hasta la última flor”: pierde su vida en una eterna espera, sentada en un banco en el andén.
El final de la canción es terrible, porque de hecho un día, el caminante regresa, baja del tren y ve ahí a Penélope esperando. Él se acerca y le dice que es él, que ha vuelto, pero ella:
Le sonrió con los ojos llenitos de ayer
“No era así su cara ni su piel, tú no eres quien yo espero.”
Y se quedó con su bolso de piel marrón
Y sus zapatitos de tacón... sentada en la estación
Esa es sin duda una de las escenas más tristes que existen: un espíritu que se ha quebrado, que sólo encuentra consuelo en la fantasía y la locura, pues no puede soportar la realidad.
Levántate, Penélope: la promesa está rota.
