Con libro en mano, y ataviado en mi ropa de dormir, me dispongo a disfrutar de la tranquilidad que ofrece una noche de fin de semana sin compromisos sociales ni labores. Me recuesto en la cama, y me acomodo pensando en continuar con la obra literaria que he estado leyendo y que ahora se encuentra en su clímax; pero poco sospechaba que una historia mucho más interesante habría de acontecer en mi habitación en unos instantes.
Alcanzo a leer solo 2 párrafos cuando su silueta se manifiesta debajo del marco de nuestra puerta para llamar de forma poderosa mi atención. Envestida en una provocativa lencería roja se presenta ella ante mí con llamaradas en sus ojos que con su vestimenta hacen un inmejorable tono.
Sin decir una sola palabra se acerca acechante y en silencio, como una leona que ha detectado a su presa y sigilosa espera el momento oportuno para lanzar su ataque. Comienza por mis piernas lentamente a recorrer mi cuerpo y me despoja de mis prendas durante el trayecto hasta dejarme desnudo por completo. Roza después mi erección con su nariz y su aliento, pero sin emprender ninguna otra acción por el momento, pues su recorrido por mi abdomen luego continúa y en mi pecho culmina para hacer una pausa que pone a prueba con mi cordura.
Se acomoda poco después hasta sentarse sobre mi pecho, toma ahí mis manos y las coloca sobre mi cabeza. El sentir de su sexo tan cerca provoca en mí el delirio, lo cual provoca que decida sujetarla por la cintura para hacerla mía una vez más, solo que me veo impedido de concretar mis intenciones, pues poco antes se escucha un ¡CLIC! que me restringe y aprisiona.
Siento el acero en mis muñecas, y su complacencia se deja ver en su sonrisa que la muestra satisfecha con su captura, y así, sentada sobre mí, alcanza un labial con la tonalidad carmesí más encarnado que haya yo visto, y se pinta ahí los labios con ahínco, siempre con la mirada fija en su presa.
“Esta noche te he de pintar todo el cuerpo de color rojo” – Me dice, “y no podrás hacer nada para evitarlo, pues más que con el acero de las esposas, con mil y un besos, te mantendré a mi por siempre atado”.
